27 mar 2009

Alexandre. Cómico.


Por fin un reconocimiento llega a tiempo y a gusto de todos. En unas fechas y en un país, donde la envidia y el maniqueísmo se apoderan de la sociedad –si no es que la sociedad es envidiosa y maniquea de por sí-, surgen Personas -sí, con mayúsculas-, que consiguen aglutinar a todos en torno a una sonrisa, una lágrima, un aplauso. Este es el caso del queridísimo Manuel Alexandre, actor y, además, cómico, que recibió de manos del Presidente del Gobierno la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, en reconocimiento a su trayectoria profesional, que comenzó tras la Guerra Civil y que aún hoy, con 91 años de edad, perdura. Y que siga.

Porque Manuel Alexandre es uno de esos actores de la vieja escuela dramática española, capaz de conseguir una carcajada en el público más serio y de hacer saltar la lágrima más viva en el momento más inesperado, en un giro sorprendente de una de aquellas maravillas que nos dejó el cine español del Franquismo: cuando nada se podía decir en palabras por la censura y eran los gestos y las miradas de los intérpretes los encargados de hacer llegar el mensaje a todos.

Con su temblorosa voz por bandera y su mirada de honesto carnero degollado que no sabía por dónde iba a recibir la bofetada, el señor Alexandre actuó en más de 200 películas siendo el mejor actor de reparto español –sin poder olvidarnos del fallecido Agustín González, compañero en más de un trabajo-. En su curriculum se encuentra la participación en clásicos como Bienvenido, Mister Marshall, Cómicos, Muerte de un ciclista, Calle Mayor, Calabuch, Los jueves, milagro, La vida por delante, Plácido, Atraco a las tres, El verdugo, Los Palomos, El año de las luces, ¡Biba la banda!, El bosque animado, Amanece que no es poco o La marrana. Por supuesto, me dejo mucho en el tintero, porque a su cine, hay que sumar las obras de teatro y sus apariciones en televisión, entre las que no puedo dejar de destacar la versión de Doce hombres sin piedad, de Reginald Rose, que ofreció TVE en su “Estudio 1”.

Pero, a parte de su labor, está la persona. Ciertamente, suele darse que el carácter de los artistas es inversamente proporcional a su talento y acaban destacando más por sus modales, sus salidas de tono y la polémica que por su gran labor… aunque, finalmente, el Arte acaba por soterrar la Vida, consiguiendo que nadie se acuerde de las juergas que se corrían Mozart o Toulouse-Lautrec cuando al disfrutar de su obra. En el caso de Manuel Alexandre, la persona es mejor que el actor, un hombre bueno bueno, siempre dispuesto a ayudar al compañero que acababa siendo amigo a la segunda sonrisa. Así, no habrá actor, ni crítico, ni técnico en España que pueda hablar mal de él.

Iba a aprovechar esta entrada para sacar al abuelo cebolleta que llevo dentro y meterme con la industria del cine español, por haberse dejado hundir en la miseria de una mediocridad temática y estilística que vacía las salas en lugar de atraer al espectador con la oportunidad única de ofrecer películas cercanas e interesantes para nuestro caso concreto… pero Alexandre no se lo merece. Se merece los aplausos que ayer le brindaron sus compañeros y, por supuesto, con los que durante toda su carrera le agradeció el público. El hermano cojo de Cassem, el atracador miedoso pendiente del reloj o el padre lunático de Resines no se merece más que aplausos y agradecimientos por habernos llenado la vida con su arte. Y cuidado con el que hable en contra de este reconocimiento: un hombre capaz de poner a todo un país como este a sonreír, se lo merece sin duda.


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