28 abr 2009

La voz a ti debida Express.


O Rayuela. O En busca del tiempo perdido. O Teo va a la escuela. Así, hasta un millón de títulos. Me explico.

La librería Blackwell de Londres se ha hecho con los servicios de una máquina capaz de imprimir un libro en cinco minutos. La maravilla se llama Espresso Book Machine y tiene en su memoria, en estos momentos, un millón de volúmenes. Esto equivaldría a una estantería de 18 kilómetros de largo, algo imposible para cualquier librería normal y corriente. Y sin ser normal y corriente, también.

Quizá venga con algo de retraso, ahora que parecen haberse puesto de moda los e-books digitales. Además, los libros a disposición de la Espresso Book Machine han de ser previamente digitalizados. Sin embargo, el papel sigue siendo el formato preferido para la mayor parte de los lectores, entre los que me encuentro.

Y también es cierto que la máquina, tanto por precio como por tamaño, solamente puede ser adquirida por las grandes librerías, mientras que las pequeñas, de momento, tendrán que seguir cautivándonos con su encanto, con sus baldas abombadas y con su olor a papel envejeciéndose.

Pero también tiene puntos a su favor. El primero es que no habrá que esperar más de cinco minutos por un ejemplar de un libro agotado. Por otra parte, podremos tener acceso a libros antiguos que estuvieran fuera de catálogo, puesto que, una vez digitalizados, la información no se perdería. Y, además, si la maquina se generaliza, las tiradas editoriales serían menores, con la reducción de consumo de papel que eso supondría, las publicaciones no dependerían del número de lectores, si no de la calidad, y la reducción de intermediarios conseguiría la reducción de precios.

Tengo la certeza de que, al final, la Espresso Book Machine no va a tener mucho éxito. Las editoriales desconfiadas, los autores y sus derechos, las imprentas, los distribuidores y, finalmente, los lectores que se fían más de las listas de ventas del libro-artículo que del libro-literatura, acabarán por denostarla. Pero, si por mí fuera, no tendría ningún problema en meterme a una librería a tomarme un café y ojear un catálogo de títulos, para después dejarme mis 20 euros de rigor en la caja del dueño. Supongo que va en cuestión de gustos. Y de intereses. Y, en cuestión de libros, el interés del lector es lo que menos cuenta.


22 abr 2009

El padre de la artista.

Se ha visto muchas veces como una madre que ha puesto todo su empeño en lograr que su hija cumpliera sus sueños propios -y nunca alcanzados- de conseguir la fama en el mundo del artisteo, se convierte en protagonista accidental cuando siente el roce de los objetivos y los focos que van dirigidos hacia su niña. Pasan a ser “madres-dóberman”, para atacar a bolsazos cuando sienten que su hija pueda estar siendo fruto de una persecución periodística; “madres-diva”, que se pasean por la calle orgullosas de que la gente piense: “si su hija tiene tanto arte, qué no sería capaz ella, que la ha parido”; o, en el peor de los casos, “madres-representante”, cuando exigen supervisar cualquier contrato, explotando económicamente. Seguro que todos conocemos casos que ejemplifican este hecho, aunque ahora mismo se me vienen a la cabeza las magníficas Pilar Bardem (madre, hija y espíritu comunista) y Margarita Seisdedos, madre de Tamara, Ámbar y Yurena (que también es una y trío).

Pero el tópico se queda corto, porque hay muchos más casos de “padre del artista”. Quizá el más evocador de todos, probablemente por la simpatía que despertaba aquel personaje, fue el de Papuchi, el doctor Julio Iglesias Puga, padre del artista español más internacional y bronceado. Sin embargo, multitud de futbolistas, cantantes, actores y personajes públicos, en general, han padecido similares trances. Véase la saga Janeiro y compréndase el tema.

Sin embargo, nunca había sentido tanta vergüenza ajena, tanta pena como la que me visitó ayer, martes 21 de abril, mientras veía el programa de Cuatro El hormiguero. La invitada de excepción era la popular adolescente Miley Cyrus, más conocida por interpretar el papel protagonista en la serie de Disney Channel Hannah Montana. Todo iba bien: la grada llena de niñas y niños gritones, Pablo Motos haciéndose el interesante, las hormigas descojonándose de todo y la chiquilla subida en unos tacones de quince centímetros con su sonrisa de los domingos puesta invariablemente. Pero el presentador se empeñó en cantar “Don’t break my heart” -aquella cancioncita que puso de moda en España Coyote Dax gracias al Gran Hermano-e invitó a entrar a Billy Ray Cyrus, padre de Miley y protagonista también de la serie. Los niños presentes se volvieron locos y alguna madre, más, porque el hombre, a sus 47 años, está de buen ver. Y aquellos ánimos hicieron que se creciera para eclipsar por completo a todo bicho viviente que había en plató. Para ello, no dudó en cantar la canción, tirarse dos minutos hablando de su último disco sin que nadie le preguntara, volver a cantar, quedarse en la ventana de los estudios saludando a la multitud que se había congregado para ver a Hannah Montana en persona, aunque fuera desde lejos, hacer el bárbaro durante los experimentos científicos con tambores y arroz que presentó la Flipa, volver a cantar, interrumpir a Pablo Motos cada vez que se dirigía a su hija, interrumpir a las hormigas cuando le hacían preguntas y, lo peor, lo más feo que un padre de una actriz puede hacer, fue interponerse entre la niña y la cámara, dándole la espalda en varias ocasiones, hasta el punto de que Pablo Motos tuvo que despedirse de Miley detrás del padre, que no para de apuntar a las cámaras poniendo las manos como si desenfundara dos revólveres.

Me imagino que el hombre será una buena persona y muy querido en su país y por sus compañeros –no puedo olvidar que Dolly Parton es la madrina de Miley Cirus, por supuesto, gracias a la amistad que la une a su padre-. No quiero obviar que ha editado varios álbumes de música country con relativo éxito. Y tampoco que ha intervenido en películas como Mulholland Drive, de David Lynch y en varias series de mayor o menor éxito. Pero es indiscutible que su hija ha alcanzado un éxito aún mayor, que es un modelo para millones de niños en todo el mundo que la admiran por guapa y por simpática y que ha ganado mucho más dinero del que él podía haber soñado. Y menos discutible aún es que la entrevista de ayer se la hacían a ella.

Es probable que, dentro de unos años, mucha gente se acuerde de Billy Ray Cirus por sus propios méritos. Pero muchos más lo recordarán únicamente como el padre de la artista. Espero que lo lleve bien.

21 abr 2009

Los indios la tienen pequeña.

Efectivamente, los indios (de la India) la tienen pequeña según un estudio de una multinacional de preservativos. Al parecer, el tamaño estándar de los preservativos se les queda grande a los habitantes del subcontinente cuna del Kamasutra. Y este hecho provoca que los condones no consigan cumplir del todo con su función, puesto que se rompen con más facilidad y, en ocasiones, se quedan dentro del cuerpo del miembro pasivo de la relación, con sus consabidos riesgos: reducción de su función anticonceptiva y aumento de las posibilidades de transmisión de enfermedades venéreas.

Sin embargo, la noticia ha sido vertida por los medios de comunicación en tono jocoso, sin atender al alcance más trascendente: “los indios la tienen pequeña, y punto”. Y nos partimos aquí, auténticos nachos-vidales todos.

El problema es que, la semana pasada se produjo un hecho notabilísimo que tuvo también como protagonista a la India y que pasó casi de puntillas para nuestros noticiarios. Algo que, desde cualquier punto de vista, nos dejaría con la cara del Manneken Pis si entrara en un urinario público y se encontrara a Rocco Sifredi abrochándose la bragueta. Y es que se produjo el comienzo de las elecciones a la Lok Sabha, es decir, la Cámara Baja del Parlamento de la República.

Sí, el comienzo, porque se espera que los resultados se puedan publicar de forma oficial el día 16 de mayo. Esto puede sorprender, teniendo en cuenta que en nuestras elecciones tenemos los datos prácticamente en unas horas y, de forma oficial, al día siguiente. Pero hay que tener en cuenta dos cosas que nos diferencian: primero, que nuestro sistema de comicios es unitario mientras que allí, al tratarse de una República Federal, cada uno de los 28 Estados y de los 7 territorios de la Unión tiene su propia legislación; y segundo, mientras que en España para las elecciones europeas del próximo junio tienen derecho a voto 35’5 millones de personas (extranjeros residentes incluídos), son 714 millones los indios que pueden ejercer este derecho. La diferencia es abismal. Por algo es la mayor democracia del mundo y una de las más consolidadas tras 62 años de vigencia.

Es una lástima que se pierda la oportunidad de explicar a los españoles lo que es una gran democracia, con sus miserias y con sus virtudes, pero de la que tenemos mucho que aprender, sin duda.

Y mayor lástima aún que nuestra visión de este país tan complejo y multicultural se vea reducida a la moda de Bollywood, al yoga y a la antigua canción del anuncio de Coca-Cola “De pita, pita ye” (o sea, de gallina, de gallina es).