Yo, que iba a escribir sobre el cumpleaños de Barbie y sobre la celebración del Día Mundial de
Esta semana no me encontré bien, estuve pachucho casi todos los días, cansado, sin ganas de hacer nada… me imagino que fue la llegada del mes de marzo: por un lado, con su frío y su lluvia que me caló hasta los huesos; por otro, con el anuncio soleado de la llegada de la primavera, tan bonita ella que consigue siempre hastiarme a golpes de astenia. El mes de marzo, me tumba.
Siempre he comparado Irlanda con el mes de marzo, por esa dualidad que porta siempre la maravillosa isla esmeralda, tan parecida a mi tierra en paisaje, folklore, gente emigrante y tan profundamente anticlerical como beata a la par (un asturiano e irlandés pueden juntarse para cantarles canciones picantotas a las ancianas que entran a misa… pero no les toques ni a
Y cuando parecía que, por una vez, irlandeses de ambas religiones habían ensanchado la franja blanca de la paz que une los colores verde-católico y naranja-protestante en su bandera a través de la palabra –la vía más lenta, pero más segura para conseguir las cosas-, guardando sus estandartes insultantes y pintando murales de manos coloradas tocando liras… aparecen las armas.
Espero que la oportunidad que se abrió hace cuatro años y que había conseguido la legitimación de un Parlamento y un Gobierno autónomo del Reino Unido para los seis condados británicos del Ulster no se pierda, emborronado en una sangre que suele prender mejor que una mecha. Aunque esto suponga, como nos muestra la imagen de hoy, que el pintor de murales se quede sin temas.
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