14 oct 2009

Photoshop


La noticia saltó en agosto y sobresaltó a finales de septiembre: Francia y el Reino Unido estudiaban la posibilidad de decretar la prohibición del uso de los retoques digitales en las imágenes de ilustración y publicidad de los medios de comunicación de masas. Con el premio Nobel de Obama y la lesión de Cristiano Ronaldo, la noticia ha quedado un poco tapada en nuestro país, pero sigue sacudiendo las redacciones de las revistas de moda y sociedad de toda Europa.

El argumento que sostiene este intento de prohibición no es otro que la excesiva repercusión que sobre el público tienen las imágenes fantásticas de modelos retocados y que pueden inducir a trastornos de la personalidad y/o alimentarios. Es decir, ante una imagen que no se corresponde con la realidad física de la persona fotografiada, un espectador puede reaccionar tomándola como canon ideal de belleza e intentar alcanzarla, algo del todo imposible puesto que este ideal surge de un programa informático y no de los misterios azarosos de la genética o del uso magistral de un bisturí.

Hace unas semanas podía leer un artículo de Juan Manuel de Prada donde denunciaba el hábito que tiene la sociedad actual por atender los síntomas de la podredumbre moral, en lugar de atacar las causas de la misma y poder así solucionarlas de una manera radical, en lugar de seguir padeciendo nuevos síntomas. Aunque él hablaba de la fe como Norte indicador del camino –o al menos así lo creí entender yo- y yo, de una forma más libertaria, apunto a la capacidad y disposición del individuo para formar una sociedad más justa, desde su responsabilidad como parte integradora de la misma sociedad. Esta idea pseudo-anarquista puede parecer demasiado filosófica para el asunto, pero yo la traigo a colación porque entiendo que el problema con el Photoshop es simplemente el síntoma de un prolongado mal moral de la sociedad, que trasciende la ética para convertirse en político: culpar de nuestros problemas a agentes externos. Que hay una crisis financiera, culpamos al político de turno y a los banqueros (aunque en tiempos de bonanza, nosotros consentimos en votarles y en hipotecarnos); que no corren las listas de los funcionarios de educación, la culpa es del consejero, que quiere ahorrar (sin pararnos a pensar que quizá haya demasiada gente optando al cargo y que eso propicia que el número de interinos se dispare); que hay colas y listas de espera en los hospitales, nos quejamos del sistema de salud que nos hace esperar (sin acordarse de que hace treinta años había que pagar las tarifas que fueran requeridas para que un médico nos dedicase el tiempo que él estimara oportuno); que hay niñas que quieren ser igual que Paula Vázquez y no dudan en meterse los dedos en la garganta hasta que somatizan su enfermedad mental, la culpa recae en el mensajero que ofrece unas imágenes imposibles (pero nunca se culpabilizará a los padres que educaron a su hija en valores tan altos como el culto al cuerpo o la importancia vital de la prensa rosa). Nunca nosotros seremos los responsables de nuestras desgracias: siempre tiene que haber un ente maléfico que dificulta nuestras circunstancias vitales, llámese banqueros, consejeros, hospitales o Photoshop.

Parece ser que la gente no es consciente de que toda la Historia de la Humanidad ha estado plagada de imágenes distorsionadas que ofrecían un canon de belleza, tanto masculina como femenina, imposible y que, sin embargo y en su momento, la gente se empeñaba en conseguir: los egipcios se trepanaban la cabeza y se la fruncían con vendas para alargar sus cráneos a modo de los “caraconos”; los griegos desarrollaban su vigorexia en los gimnasios; los romanos se envenenaban con sus maquillajes; los corsés maltrataron muchos vientres femeninos; y se destrozaron muchos pies al ser vendados para disminuir su tamaño. Y todas estas modas respondían a modelos fantásticos que los artistas difundían en sus obras, pero nadie se atrevió a denunciar a Fidias, ni a Confucio, ni a Velázquez por dejar patente sus gustos estéticos –vuelvo a repetir, inalcanzables sin subterfugios-. Sin embargo, el Photoshop es culpable de que la gente esté obsesionada con meterse en una talla menos, o en dos, de que se intenten decolorar las manchas de la piel o quitar cuatro costillas en una clínica de cirugía o, lo que es peor, de que muchas familias deleguen la educación de sus hijos a terceras personas desconocidas, que vierten sus opiniones en unos medios de comunicación, generalmente, con un línea de trabajo que responde a criterios puramente económicos.

Bien, que censuren la publicación de imágenes retocadas digitalmente. O que, como han suavizado tras la polémica, adviertan con una marca de agua de que esas imágenes están retocadas. Y sigamos absortos, sin un ápice de visión crítica, ejemplos de belleza como la narcotizada Kate Moss, los comentarios inteligentes de Belén Esteban y los movimientos sensuales de Lady Gaga. (Aunque después del fiasco de comprobar que el cáncer no se vence con aspirinas, quizá a alguien se le meta en la cabeza que estas tres carismáticas mujeres son las culpables de sus problemas y acaben como el Photoshop)

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