31 oct 2009

Huesos de santo.

Yo soy mucho de festividades. Todavía hoy hablaba con una amiga de lo mucho que me gustan las Navidades que ya están asomando por ahí, a pesar de que quedan más de dos meses. Me gusta reencontrarme con la tradición de mi país y de mis ancestros directos, aunque sea únicamente de una forma tangencial, en el regusto de celebrar el mismo día que ellos las mismas cosas. Y si en Navidades la gente intentaba ser mejor con ellos mismos y con los que les rodeaban aún viviendo en las peores condiciones o en Semana Santa hacían revisión de conciencia, los días 1 y 2 de noviembre –aunque solían empezar ya el día 31 de octubre-, se vivían con el recuerdo bien presente de las personas que ya no estaban.

Quizá sean estas festividades las que más melancólico y, sin embargo, más feliz me hagan: es probable porque el marco estético del otoño, con sus fríos y sus calles llenas de hojas rojas, su lluvia y su anochecer a las cinco y media de la tarde, hagan mucho para este regocijo; pero sin duda es el ir al cementerio a visitar a mis difuntos, a limpiar sus lápidas y a decorarlas con flores lo que me provoca tal sensación.

Primero, porque me siento parte de algo más, siempre mirando al futuro como estoy, con mis planes y proyectos que apenas me dejan disfrutar de lo que tengo en el presente, me veo rodeado de pasado, de mi pasado -no el que otros me han aportado o se han inventado para mí, no, el mío propio- junto a aquellos seres que me quisieron y a los que quise.

Pero también, y quizá más importante, porque ese momento es compartido por todos los miembros de mi familia. Llevamos años subiendo todos los últimos de octubre juntos mi padre, mi madre, mi hermana y yo. A parte de un par de cosas –ver un par de películas, cenar en Navidad y Nochevieja y celebrar el aniversario de bodas de mis padres-, nunca hacemos nada más juntos, a la vez y todos de acuerdo.

Surgirán estos días las mismas polémicas que desde hace unos años: que si las costumbres anglosajonas nos andan contaminando con Hallowen nuestras tradiciones llenas de huesos de santo y actuaciones de “Don Juan Tenorio” de Zorrilla o que las flores cada año están más caras. Tanto una cosa como otra me parece lógicas: los floristas tienen que aprovechar los días donde la gente compra sus productos de manera masiva y tanta televisión y tanto cine salpicado de americanismos hacen que, poco a poco, nos volvamos más yankees.

Sin embargo yo voy a disfrutarlos junto a los míos, los que están y los que no. E invito a todo aquel que me lea a que haga lo mismo, a que llame a sus familiares si los tiene lejos, o que se reúna con la gente que tiene más a mano y que, probablemente, se encuentren en la misma situación, y recuerden. Súmele a esto un paseo por una calle helada, una mesa con un café humeante y un par de dulces y una grata conversación, comprueben que los recuerdos son escuchados de mejor gana que las cosas del presente y del futuro y sean un poco más felices con ello.



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