29 oct 2009

¿Memoria histórica?

Sin lugar a dudas, ha sido esta la entrada que más trabajo me ha costado redactar, porque ella sola iba adoptando una forma diferente a la que yo le quería aportar. Al principio quería simplemente hacer un recuerdo de la Revolución del 34, que este mes hacía 75 años. Sin embargo, mientras me documentaba, fui observando como las ideas que yo tenía entendidas como propias y razonables para ser causas, desarrollos y desenlaces de aquel suceso histórico, apenas se utilizaban en la actualidad, habiendo sido suplantadas por otras que, si bien son justificadas y defendidas por los más prestigiosos historiadores de la actualidad, no habrían de tener validez al no corresponderse con la realidad histórica del momento que bien queda reflejada en la prensa y los documentos personales de la época. Sin embargo, esta revisión ha triunfado y, tras varias conversaciones con amigos más o menos involucrados en movimientos políticos de diferente signo, las defienden como válidas y reales. Así que la Revolución del 34 perdió importancia para mí como tal (cierto es que nunca le di demasiada, ni cuando estudiaba Historia y mi fervor rebelde estaba en su punto álgido), frente al estudio del momento como fenómeno historiográfico.

En la actualidad, se entiende como Revolución del 34 una sublevación popular dirigida por el Partido Socialista y la UGT y secundada por el Partido Comunista y el movimiento anarcosindicalista, en reacción a la subida al gobierno de derechas de la II República de miembros del partido Acción Católica. Estalla en Madrid, en Cataluña y el País Vasco y tiene como momento de mayor interés la sublevación de Asturias, donde los rebeldes se atrincheran en las cuencas mineras y en Oviedo, ante lo cual el gobierno responde con una demostración de poderío bélico dirigida por el general Franco. El objetivo de la misma no solo era una protesta política, si no una revolución general, donde destaca la creación de una República Socialista Asturiana. A partir de aquí, las posiciones de izquierdas y de derechas se extreman de forma irreconciliable, proponiéndose como una de las consecuencias inmediatas de la Guerra Civil española.

En defensa de esta concepción se levantan en la actualidad historiadores conservadores, liberales, socialdemócratas y comunistas, de fuera y de dentro de España, por lo que nadie pone en duda su objetividad y se toma esta versión como verdad absoluta.

Bueno, pues yo no: quizá me convierta en un “conspiranoico” por llevar la contraria, por mantenerme en minoría y porque, al no tener un título universitario, mi denuncia no tenga el mismo peso. Pero ya se pueden poner Pío Moa, Stanley Pain o David Ruíz como quieran, que a mí me parece una auténtica farsa y, quien como yo no esté politizado ni tenga intereses de ningún tipo en ensalzar el pasado de los suyos o en ensuciar la historia del contrario, quizá lo vea de la misma forma.

Defiendo que esta versión, por tanto, es interesada porque le otorga un pasado glorioso, de rebeldes revolucionarios a los socialistas, haciéndolos ver como defensores de la auténtica República española que las derechas estaban intentando resquebrajar desde dentro, desde el Gobierno de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y como principales valedores del Frente Popular surgido posteriormente. Por otra parte, desde los conservadores se entiende como un descrédito para los socialistas, que dan la espalda a la democracia republicana al ver que sus objetivos no son alcanzados, lo que se puede extrapolar a la actualidad, además de hacerlos responsables del inicio de la Guerra Civil, puesto que intentaron romper con el orden establecido nuevamente. Los comunistas se apuntan el tanto de que, gracias a ellos, triunfó la Revolución en Asturias y que esto le valió al PCE para subir como la espuma en número de militantes en España y mantener que la ideología revolucionaria en la actualidad pasa irremediablemente por ellos.

Entiendo, además, que esta visión no se ajusta a la realidad ni mucho menos.

Falla en su base: el movimiento socialista no fue nunca revolucionario, si no posibilista, tanto en su partido político –el PSOE obtiene su primer diputado en 1910, en plena Restauración Borbónica- como en su sindicato –la UGT se convierte en único sindicato obrero legal durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera- y en ningún momento, desde que Pablo Iglesias funda el partido, cambia su discurso. Nadie en 1934 se habría creído que Indalecio Prieto o Largo Caballero ordenaran a sus bases un levantamiento popular en contra del orden establecido. Sin embargo, se toman como los primeros movimientos de la Revolución la convocatoria de huelga general de la UGT en Madrid a principios de octubre, que tuvo una repercusión más bien discreta, otorgándole una relevancia crucial para los sucesos posteriores, que en realidad no tuvo.

Falla en sus planteamientos: se quedan únicamente con el movimiento de tropas y de milicias, desvirtuando lo que en realidad fue la Revolución, el intento de creación de una organización social y económica alternativa. Se inventan –y si alguien tiene un documento fundacional, o de algún acta de la misma… o algo con su sello- la República Socialista de Asturias. Y llevan el foco de acción a la organización minera SOMA, socialista, solo porque fueron los que más resistieron militarmente a la respuesta del ejército republicano.

Y falla en sus consecuencias: ni el Partido Socialista tendrá una vital importancia durante la Guerra Civil –la disposición en milicias del ejército popular lo deja claro- ni durante la posterior Dictadura Franquista –donde adquirieron verdaderamente importancia los comunistas del PCE-, ni las posturas se enardecieron más de lo que ya venía siendo habitual en aquellos años convulsos. Y, además, no es cierto que la Revolución triunfara –como movimiento únicamente tuvo éxito en el barrio de El Llano de Gijón y en la localidad de La Felguera, pero con un modelo profundamente diferente al socialista o al comunista (lo que no es coincidencia)-.

Mi versión es más congruente y, lo que la hace más verosímil, comprobable adentrándose en una hemeroteca, consultando los datos de primera mano que nos ofrece la prensa y los documentos de la época.

La Revolución del 34 estalla con fuerza en aquellos lugares donde el proletariado industrial estaba más influenciado por el mayor y más carismático sindicato obrero del momento: la Confederación Nacional del Trabajo, sucedida por la Federación Anarquista Ibérica tras la ilegalización de la anterior en el 33. Este movimiento anarquista esta fundamentado en la toma de decisiones mediante asambleas, por lo que la repercusión de la sublevación fue irregular en el territorio: las organizaciones campesinas decidieron no sumarse a la rebelión porque estaban agotadas tras largos meses de huelgas generales –es curioso como al conato de la UGT en Madrid e le da tanta importancia y, sin embargo, apenas se habla de estos paros tan importantes-. Es cierto el apoyo que los obreros de signo socialista le ofrecen a los anarcosindicalistas en Asturias para que la rebelión adquiera fuerza; en Cataluña y el País Vasco, la FAI se apoya en otros sectores proletarios, más orientados al movimiento nacionalista, y fracasa de una forma más rápida. Pero el origen hay que buscarlo en el anarquismo y no en el socialismo, aunque solamente fuera por la tradición revolucionaria y activista de los primeros y el desarrollo amarillista y posibilista de los segundos. En cuanto a los comunistas… el PCE tenía en octubre de 1934 800 afiliados en toda España, así que su función tuvo que ser, como mucho, discreta.

No es coincidencia que, a pesar de ser la punta de lanza de las milicias populares durante la Guerra Civil, la CNT-FAI pierda capacidad de influencia tras octubre del 34, a favor del PCE. Pero, como decía anteriormente, tampoco es coincidencia la creación de las comunas de El Llano y de La Felguera, cuya organización de reparto equitativo de la riqueza, responden a una muy pensada y desarrollada teoría de implantación del sistema libertario.

Me imagino que, debido al escaso peso que el movimiento anarcosindicalista tiene en la actualidad y al favor que esta versión historiográfica actual encuentra entre el poder político y mediático, se mantendrá la teoría de un octubre del 34 socialista. Pero es curioso como la desmemoria y la falta de escrúpulos profesionales permitan que las mentiras, por decirlas continuamente, se conviertan en realidades aceptadas e irrefutables y que, con las mismas, se hable abiertamente de recuperar la memoria histórica.

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