15 oct 2009

El Nobel

Cuando me dieron la noticia en casa, me quedé descolocado, pensando que, en realidad, lo que me estaban queriendo decir era que Obama había sido nombrado candidato para el Premio Nobel de la Paz, a similitud de Silvio Berlusconi. Me parecía de chiste, me reí y respondí: “Bueno, menos mal que nun-y lu van dar”. Y mi padre y mi hermana me aclararon a coro: “Non, non… que yá-y lu dieron”. Me metí en el servicio a asimilar la noticia.

Me preguntaba que qué había hecho ese hombre para conseguir tal galardón. Y en seguida me respondí: “Tener tirón mediático”. Tiré de la cadena y, más tranquilo, me reuní con mi familia a escuchar la noticia por la televisión.

Su primera y lógica reacción fue agradecer el galardón, comentar que se sentía sorprendido y afirmar que “Para ser honesto, creo que no me lo merezco”. Luego escuché a Thorbjorn Jagland, el Presidente del Comité Nobel Noruego, argumentar que "No estamos concediendo el premio por lo que pueda ocurrir en el futuro sino por lo que ha hecho en el último año". Yo me quedé ojiplático, pensando qué era aquello que había hecho Barack Hussein Obama que tan desapercibido me había pasado. Tuve que esperar a leerlo por la tarde en Internet, porque en la televisión no dejaron que Jagland hablara más –su minuto de gloria había pasado-. Y, al parecer, "una de las primeras cosas que hizo fue ir a El Cairo para intentar acercarse al mundo musulmán, luego reanudar las negociaciones en Oriente Próximo y a continuación se dirigió al resto del mundo a través de las instituciones internacionales". Además, argumentaba que ha creado "un nuevo clima en la política internacional" que posibilita que "la diplomacia multilateral haya recuperado una posición central, con énfasis en el papel que Naciones Unidas y otras instituciones internacionales pueden desempeñar" y, por último, destacaba "su visión y su trabajo por un mundo sin armas nucleares". A medida que leía esto se ratificaban mis consideraciones de taza de váter: “Obama tiene tirón mediático”.

Porque, siendo sinceros, no es novedad que los presidentes de los Estados Unidos viajen a Egipto –uno de los aliados más importantes en el mundo árabe-, ni que intenten reabrir las negociaciones en Oriente Próximo, ni que vayan a la ONU a presentarse, resaltando la importancia de esta institución para el futuro del mundo. Se nos puede descolgar la mandíbula al saber que el propio George W. Bush hizo todas estas cosas en su primer año. Es cierto que tras el 11-S, declaró abierta una guerra contra Oriente Próximo y desestimó las resoluciones de las Naciones Unidas. Pero también es cierto que, y aunque todos tengamos fe en que va a ser diferente, nadie sabe lo que va a hacer Obama. Y, recordemos, se le da el premio por lo que ya ha hecho. Bush no tenía tanto tirón, está claro.

En cuanto a lo de las armas nucleares… no ha dado un solo paso efectivo para encaminar al mundo a un desarme nuclear. Que atosigue a Irán ante las Naciones Unidas o condene las pruebas nucleares de Corea del Norte no son más que muestras de seguir con la misma política de Bush (y de los anteriores presidentes, salvo Bush padre) en política armamentística nuclear. El primer paso se producirá cuando desactive la primera cabeza nuclear de su arsenal. Pero parece que está muy bien eso de acusar a los demás y no ver lo que se tiene en casa. Le han premiado por ello.

Por no hablar de su incapacidad para gestionar asuntos en los que ha comprometido su palabra: la vuelta total de los soldados de Irak y Afganistán ha contado con todo tipo de negativas; el acercamiento al mundo musulmán, que ha sido puramente mediático, a producido un empeoramiento de las relaciones de la Presidencia con el lobby judío y, como consecuencia, con Israel; la intervención prometida en el golpe de Estado en Honduras, no se produjo y la situación ha quedado enquistada ante su inmovilismo; la colaboración con México en tema de inmigración y narcotráfico, tan estable bajo la administración Bush Jr., se ha estancado y, como consecuencia, el número de asesinatos y desapariciones en Ciudad Juárez se ha multiplicado exponencialmente –si bien, todo hay que reconocerlo, nunca fue bajo pero ahora es mayor-; su incompleto acercamiento a los regímenes populistas latinoamericanos que postulaba en sus teorías “monroeistas” (la doctrina Monroe preconizó que los asuntos de las Américas tenían que ser resueltos por los americanos de todo el continente y que sus problemas bilaterales o multilaterales serían resueltos con la colaboración conjunta de los países) no se ha producido, vencido ante las presiones internas de las multinacionales petroleras con intereses en Venezuela y Bolivia y de la importante comunidad de refugiados cubanos; y, sobre todo, la continuación del status alegal de la prisión de Guantánamo. Y eso, solo en temas internacionales.

Iba a darle a Obama un año. O, mejor dicho, iba a darme un año a mí para poder sentir la ilusión que este hombre de 48 años ha provocado en la sociedad mundial y que no ha llegado a mí, quizá porque en temas de política soy muy escéptico a la ilusión.

Pero este nombramiento, que en otra época de mi vida me habría parecido un insulto o una desvergüenza, solo confirma lo que ya sabía: no importa tanto lo que se venda, si no lo bueno que es el vendedor. Y Obama se habría hecho rico como presentador de la teletienda, como vendedor de sueños que es.

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