11 jun 2009

Operación Algeciras.

Aunque no haya ni americanos ni rusos de por medio, este es un relato de espionaje. Y completamente real.

Lugar de los sucesos: Costa del Sol, España.

Fecha: primavera del año 1984.

Contexto 1: guerra de las Malvinas, entre Argentina y el Reino Unido.

Contexto 2: entrada de España en la OTAN, sin referéndum previo.

Contexto 3: Leopoldo Calvo Sotelo, presidente del Gobierno y de la UCD pasa un período crítico por la abrumadora derrota electoral en las elecciones al Parlamento andaluz.

Contexto 4: una ola de atracos asola la geografía española y la opinión pública cuestiona los nuevos protocolos utilizados por la Policía Nacional.

La historia es la siguiente:

Un comando de buceadores argentinos se prepara en Estepona y Algeciras para colocar unas cargas de profundidad, recibidas en valijas diplomáticas desde Buenos Aires, vía embajada argentina en Madrid, en los barcos militares que paran a repostar en el puerto de Gibraltar. Identidades falsificadas para entrar en España, casinos y muchos dólares en juego.

Sin embargo, el nuevo comisario de Estepona organiza un despliegue policial ya que levantan sospechas por sus actividades poco habituales: viven en hoteles de lujo, pero apenas apuestan en los casinos. Todos los días salen en una lancha neumática a pescar y regalan sus presas a los transeúntes. Alquilan tres coches para cuatro, cambian de hotel cada poco tiempo y, en una época en la que las tarjetas de crédito estaban de moda y, más aún, en la zona llena de jeques, pagan con dólares al contado. Se piensa que es un grupo de atracadores.

Tras varias semanas observando el puerto militar de la colonia británica y tras haber entrado y salido de él varias veces sin ningún tipo de problema –para su sorpresa, los puestos de observación estaban abandonados-, los argentinos se deciden a actuar. Dos miembros del grupo se quedan en la cama mientras los otros dos se dirigen a la agencia de alquiler de coches para renovar el contrato de los mismos y, de esta forma, poder salir del país sin levantar sospechas. Es en ese momento cuando son detenidos por agentes de la policía nacional. No oponen resistencia y se identifican como miembros del servicio de inteligencia argentino en misión de guerra. “Y yo soy el sobrino de Juan Pablo II”, es la respuesta del agente.

Lo que hasta entonces podría haber sido el argumento de una película de James Bond, se convierte en el perfecto guión de un cómic de Mortadelo y Filemón. Al tiempo:

Cuando los otros dos son detenidos, a la una de la tarde, aún se encontraban descansando en sus habitaciones. Ante la entrada de los agentes, uno de ellos pregunta: “¿Perdimos?”. El agente, asiente. “Ustedes, ¿almorzaron? –continua.- Porque nosotros no y, como ya perdimos”. En esto nos parecemos argentinos y españoles: no dejamos perder una buena comida. A cuenta de los dólares diplomáticos, se monta una estupenda comida en el comedor del hotel.

En el camino hacia la comisaría de Estepona, la caravana de coches patrulla y vehículos decomisados se desvía misteriosamente: llegados a un punto, se baja un policía acompañando a uno de los soldados argentinos. Entran en un local: se trata de una tintorería, de donde sale el soldado con unos impecables pantalones que había dejado días antes.

Una vez en la comisaría, uno de los comandos previene a los agentes a cerca de la manipulación de las cargas explosivas que había en el maletero de uno de los coches que, si bien estaban desactivadas, su naturaleza siempre es peligrosa. La solución: que las transportara él mismo. Daba igual que fuera el único que los supiera activar.

Durante el interrogatorio y tras verificar sus identidades, se recibe una llamada del Ministerio del Interior. Se les devuelven sus pasaportes falsos, se los introduce en un coche patrulla y se los lleva al aeropuerto de Málaga, donde les espera el avión particular de Leopoldo Calvo Sotelo, que se hallaba en la capital provincial intentando solucionar los problemas internos de su partido en Andalucía. Deja en tierra a ocho miembros de la comitiva y al avión se suben los cuatro argentinos junto a cuatro policías, camino de Madrid. Una vez allí, vía Canarias, son enviados a la Argentina, bajo la promesa de que no volvieran a España.

En el camino al aeropuerto, a través de la radio se recibe la orden de que se les haga una foto, puesto que este trámite había sido pasado por alto en la comisaría. El agente, dado que iban con el tiempo justo, hizo una foto de grupo de los argentinos junto a los agentes.

Y muchas y muchas anécdotas más, que se recogen en un largometraje documental de 2004 titulado precisamente “Operación Algeciras” donde su director, Jesús Mora, narra de forma excepcional la aventura que, de haber salido bien, podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Sin embargo, no salió a la luz pública hasta años más tarde, gracias a la rapidez de acción del Gobierno español y al mutismo del Reino Unido y de Argentina, manteniéndose fuera de los cauces legales y de la Justicia.

La manipulación y la ocultación de los datos hizo invisible una acción militar, digna de ser recreada en una película –me reservo el género-, perteneciente a una guerra cruel que nunca debió de producirse.


Página web del documental.

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