17 may 2009

La gripe porcina.


Ahora que parece ser que la pandemia ha remitido, es cuando escojo yo el momento para hablar del tema. Por supuesto, el problema sigue ahí: aún quedan muchos afectados en México, dónde mutó el ARN de la gripe en una granja de cerdos por el contacto entre los granjeros y los animales –el cerdo es un animal cuyo metabolismo es permisivo con virus y bacterias muy perjudiciales para el ser humano; no es de extrañar que la tradición de muchas religiones censurara su consumo ante el peligro evidente-, en Estados Unidos, en Nueva Zelanda, en Asia, y en Europa. Pero las autoridades sanitarias no cuentan con datos de la pandemia en África, donde la catástrofe puede ser de tamaño considerable.

Sin embargo, parece que el peligro ha cesado porque la exorbitada campaña de información a la que se vio sometida la enfermedad por parte de los medios de comunicación de masas ha disminuido en intensidad. Ya no se abren los noticiarios televisivos con la noticia de nuevos casos ni se ilustran titulares de prensa con la foto del primer afectado –un niño mexicano que salía, supuestamente sonriente, puesto que le tapaban la cara en todas las imágenes- junto a su hermano y sus padres-.

Quedan ahora los chistes, que siempre hace mucha gracia todo aquello que tenga que ver con cerdos, por el juego de palabras. Y ya se olvidaron los grotescos sucesos de Egipto -donde los granjeros coptos vieron arruinadas sus vidas tras el decreto del Gobierno por el que se ordenaba el sacrificio de todas las cabezas de ganado porcino del país-, de Israel –que cambió de forma oficial el nombre con el que vulgarmente es conocida la enfermedad por el de “Gripe A” a petición de la facción ultra-ortodoxa del Gobierno, que consideraba que pronunciar la palabra “cerdo” era un acto impuro- o de Hong Kong –donde se escenificó una pantomima sanitaria al mantener en cuarentena de una semana a los clientes de un hotel que alojaba a los viajeros de un avión procedente de México, viviéndose situaciones dispares propias de un Gran Hermano, como la creación de un par de parejas o la retención de una prostituta junto a su cliente en la misma habitación-.

Pero apenas se ha reparado en la situación real y causal de la situación: la crisis está afectando también a las grandes multinacionales farmacéuticas y la patente del Tamiflu, aquel medicamento que se produjo por los laboratorios Roche a espuertas, cuando la gripe aviar azotó con igual intensidad que esta a los países económicamente desarrollados, está pronta a caducar, con lo que cualquier productor podría fabricar su genérico. Era el momento indicado para dar puerta a los almacenes repletos de la pastillita azul que tenían los grandes Estados y para que el laboratorio farmacéutico hiciera caja de nuevo (pese a que la campaña de imagen de donar 5’65 millones de dosis que tenían en stock fuese muy efectiva).

Los laboratorios farmacéuticos son, en mi opinión, las multinacionales más despreciables que existen. Cualquier persona que se lucre con la salud de la gente lo es, y las magnitudes del negocio de estas entidades son espectaculares. Pero hay otros datos que me llevan a confirmar esta impresión: detener el reparto de vacunas y tratamientos en países en vías de desarrollo enarbolando la bandera de las patente, favorecer la investigación de medicamentos que tratan enfermedades vinculadas solamente al primer mundo, teniendo como único objetivo el rendimiento económico, que, como el Tamiflu, apenas tienen una utilidad real, favorecer la mala prensa de los medicamentos genéricos (que ellas mismos producen, por cierto, aunque obligados por los Estados que las protegen y subvencionan) y, sobre todo, el ridículo porcentaje de sus beneficios que dedican a la investigación: un 1%, frente al 20% que gastan en la publicidad de sus productos. Una vergüenza.

El resultado de esta pandemia mundial que hemos vivido (y aún está coleando, aunque ya haya cansado) no ha sido otro que un centenar de muertos y apenas un millar de afectados (la gripe normal que nos ataca cada otoño multiplica estas cifras solo en España), millones de dólares y euros públicos destinados a medidas sanitarias infructuosas y al gasto en medicamentos, la desarticulación del sector turístico mexicano y, lo peor, el mantenimiento del olvido de las verdaderas pandemias que están afectando al mundo: la tuberculosis, la malaria, el SIDA… Pero afectan a los países pobres de América Latina, Asia y África y, por lo tanto, quien se muere no sale en las noticias. No interesa.

Nunca una enfermedad tuvo un nombre tan acertado. No por la dignidad de estos animales, si no por la indignidad de sus promotores: gobiernos, prensa y laboratorios.

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