1 ago 2009

30

Mañana cumplo 30 años. Aunque ya hace unos meses que tengo unas ganas tremendas por cambiar la cifra inicial de mi edad, así que más que un trauma me resulta un alivio. El 29 es una mala edad, incomprendida por el resto: los que tienen más, te tratan como un crío; los que tienen menos, como un carrocilla; y hay poca gente que tenga mi edad exacta y me puedan comprender. Sin embargo, supongo que poco o nada cambiará: los treinta también tendrán sus inconvenientes. Estoy a tiempo de descubrirlo, justo un año.

Hoy me he reencontrado con el vídeo musical del tema “Paraísos Artificiales”, de Eskorzo. Y me he visto cara a cara conmigo mismo en una mesa, ante una copa. Me parece una buena manera de hacer balance de lo que llevo vivido, rindiéndole cuentas a quien realmente le puede afectar: ese que se mira al espejo siempre que yo lo hago, se mira a mis ojos y se ríe conmigo.

He vivido mucho, cosas interesantes, divertidas y anecdóticas, de las que te hacen reír una y otra vez, a veces, tontamente –igual que me pasa cuando escucho el discordante nombre del lugar castrillonés de Raíces Nuevo, que me parte la bisagra- o de las que te ponen melancólico como cuando te encuentras fuera de la tierra y el ser feliz se te hace distante. Algunas felices, que vienen esbozadas en dibujos de niños que habían pasado desapercibidos entre el grupo, en forma de invitaciones desinteresadas a cenas de amigos, en llamadas telefónicas inesperadas de la mujer que me cautivó el alma o en conversaciones escritas los martes por la noche. Otras, tristes: el desencanto de una carrera corrupta, el desánimo ante la victoria del equipo que defiendes y que no te defiende a ti, la espera de la llamada de la mujer que se llevó consigo el alma o el sentirse vacío de ganas, o lleno de vitriolo, más allá del domingo por la tarde.

Sin embargo, lo que más me llama la atención de todo es la forma en la que yo he afectado a los demás. Durante mucho tiempo estuve convencido de que yo era de una forma: cabezón, gruñón, divertido, somnoliento, sarcástico, ilustrado –si bien, a la violeta, por supuesto-, tímido y parlanchín, miope y encantado de haberme conocido y convivido conmigo mismo. Tras el “me llamo Sergio”, venía todo lo demás en pequeñas dosis. Y, salvo la miopía, mis ideas sobre mí mismo han resultado ser tan subjetivas como las ideas que sobre mí mismo tienen los demás. No se podría explicar de otra forma que la huella que yo he dejado –y sigo dejando- en la gente que se cruzó en mi vida haya sido tan diferente según la persona que me ha tratado.

Supongo que este año, además de saber cómo me sientan los 30 y la treintena, será el momento de descubrir cómo les siento yo a los demás. Se me antoja muy divertido y quiero disfrutarlo plenamente.

Mientras tanto, seguiré esperando llamadas y llamando yo insistentemente, escribiendo los martes y tomando cafés siempre que se me proponga, vaciando el depósito de vitriolo en unas ocasiones y sumergiéndome en él en otras, jugando al liriu y trabajando en lo que la vida me depare.

Me apetece mucho tener 30 y seguir viviéndome.


"Paraísos artificiales", de Eskorzo.

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